lunes, 25 de junio de 2007

Con queso.

Mientras espero que llegue mi turno, repaso mentalmente una y otra, y otra, y otra vez la frase “Dos hamburguesas con queso para llevar”. Imagino el sonido de mi voz pronunciándola en voz alta, bien clara, firme, sin dejar lugar a ninguna duda que pudiera retardar la simple transacción. Estoy sumamente apurado, la película empieza en cualquier momento y probablemente estén proyectando ya los comerciales preliminares. Tengo intención de comprar la comida, meterla en mi mochila, dirigirme a paso acelerado hacia la otra punta del complejo y entrar a la sala de cine sin demorarme un segundo de más, pero soy consciente de que la velocidad de mis movimientos y pensamientos se encuentra directamente afectada por el humo dulzón que entró a mi organismo un rato antes que saliera de mi casa.

Dos hamburguesas con queso para llevar” sigo diciendo sin descanso en mi cabeza, a tal punto que la frase pierde momentáneamente el sentido y me veo en la obligación de imaginar la oración escrita en papel para repasar cada una de sus palabras y definir si existe en ella algún elemento erróneo, o que pudiera ser ajeno al idioma castellano. A mi objetivo inicial de hacer las cosas rápidamente para no perderme el principio de la película, se suma el de no dejar que ningún integrante de mi entorno inmediato note mi situación psicotrópica, por lo cual creo indiscutiblemente necesario actuar como una persona normal aun cuando todo lo que hago es estar parado en una fila.

Dos hamburguesas con queso para llevar” pienso por centésima vez mientras mis ojos cobran vida propia y comienzan a pasearse por la cartelera de productos del McDonalds, leyendo cada uno de sus nombres sin proponérmelo, acto que interrumpo de manera instantánea al darme cuenta que la introducción de nueva información en mi cerebro puede arruinar las cosas planificadas tan minuciosamente. Una persona se retira con su pedido y reacciono avanzando un puesto en la fila, quedando en segundo lugar tras un gordo vestido con una remera azul marino tamaño XXXXL. Siempre en el terreno de la imaginación, me veo a mí mismo llegando al primer lugar y pronunciando en voz alta la frase que estuve memorizando, como un robot, y me doy cuenta que sería muy rudo de mi parte hacer mi pedido sin siquiera saludar, por lo que pienso cuál sería la mejor palabra para iniciar el diálogo y llego a la conclusión de que “Hola” podría ser una buena opción.

Hola. Dos hamburguesas con queso para llevar” me digo a mí mismo esta vez, y mientras practico reiteradamente mi nuevo mantra considero que una sonrisa rápida al inicio de la frase podría encajar muy bien con todo el acto.

El gordo ya pidió y la empleada está cobrándole, y recuerdo de repente que unos días antes, en un McDonalds diferente, cometieron la estupidez de darme la hamburguesa con queso sin condimento (cosa que detesto), por lo que con un vértigo creciente me arriesgo a añadir un nuevo elemento al final de mi única línea en el guión, cerrándolo en un “Hola. Dos hamburguesas con queso para llevar. Condimentadas, por favor”.
Por un segundo analizo si es totalmente necesario hacer el agregado, especulando con que a más palabras, más posibilidades de cometer un error. Probablemente me den las hamburguesas como yo las quiero sin que tenga que aclarar nada, y la experiencia anterior haya sido sólo efecto de un descuido aislado de la persona que me atendió. Aunque inmediatamente me imagino adentro del cine, dándole un enorme tarascón a la hamburguesa para darme cuenta allí que no tiene ni ketchup ni mostaza ni cebolla, situación que podría atentar seriamente contra mi buen humor por las horas siguientes. A regañadientes, decido que es mejor prevenir que curar y mantengo la frase del pedido tal como quedó tras la nueva modificación.

Hola. Dos hamburguesas con queso para llevar. Condimentadas, por favor” insisto en mis pensamientos mientras la empleada de camisa a rayas y gorra roja invita al cliente gordo a esperar su pedido a un costado de la fila. Este mueve su enorme cuerpo y deja el paso libre al primer lugar de la fila, el cual tomo inmediatamente en un asalto de adrenalina. La empleada me mira, ensaya una sonrisa artificial y comienza a pronunciar mecánicamente una frase de saludo que probablemente repita hasta en sueños, y yo, interrumpiéndola, sin sonreír ni decir siquiera “Hola” digo pegando las palabras:
- Dosempanadasdejamónyquesoparallevar.