martes, 6 de marzo de 2007

Cuidá a tu amigo


La mayoría de los hombres tiene por costumbre lavarse las manos después de mear. Al menos eso es lo que está “bien visto”, y este acto, como todos los que cumplen con la bendición de la sociedad, es imitado por casi todos sus integrantes sin ningún tipo de cuestionamiento.

Ahora bien, deducimos que lavarse las manos después de tocarse la zona genital es algo que se hace más por el bien de los demás que por uno mismo. Es decir, nos lavamos la mano para no andar esparciendo gérmenes por la vida y facilitar que éstos sean transmitidos a otra persona, aunque en gran parte de los casos estos gérmenes posean un grado tóxico ínfimo, cuando no nulo. Hablo exclusivamente de los que se acumulan en una mano por el simple acto de agarrarse la chota, más allá de todos los demás que puedan depositarse sobre el cuerpo humano con sólo salir a la calle y respirar. Los que sean maniáticos de la limpieza, sépanlón (sí, el idioma porteño es una variante del castellano que acepta palabras con dos tildes): vivimos llenos de mugre, aunque no la veamos. El único que se salva es John Travolta en “El chico de la burbuja”.

Pero volviendo al meollo de la cuestión, me pregunto lo siguiente: ¿Alguien se lava las manos antes de mear?

Llegás al laburo después de haber viajado una hora en bondi, frotándote con, pongámosle, 50 personas. Tus manos no sólo tocaron, sino que se restregaron por lugares por los cuales pasaron las manos de un número incalculable de seres desde vaya uno a saber cuánto tiempo atrás. Monedas, manijas, asientos, timbres, todos objetos que fueron tocados por gente que se rascó el culo, se sacó los mocos, se palpó el sobaco para olerse el chivo, y tantas otras cosas desagradables, para que después terminen reposando felizmente entre tus propios dedos. Entonces llegás al laburo y sentís que te estás meando, e incluso antes de dejar tus cosas en tu escritorio, o tu mesa, o donde mierda sea que laburás, corrés al baño, te bajás la bragueta, empuñás el muñeco y vaciás la vejiga al son de un gemido orgásmico.

Qué lindo eh. Estás agarrando lo que podría ser la parte más preciada de tu cuerpo con un guante de roña. Si al otro día te levantás con la verga brotada y con pus, no digas que no te avisé.

Ah, pero terminaste de mear y fuiste mecánicamente a lavarte las manos, y hasta te pusiste mucho más jabón de lo habitual porque justo había un compañero de laburo de testigo y no querías quedar como el sucio que no se lava las manos después de ir al baño, como le pasó el cocinero de pizzas en Seinfeld.

¿En algún momento pensaste que antes de salir de tu casa te habías bañado y te pusiste ropa limpia, y que probablemente antes de hacer pis tu falo estaba más pulcro y libre de microbios que un quirófano, y que apoyar las yemas de tus dedos en él no suponía mayor riesgo tóxico que tocarte el lóbulo de la oreja? Seguro que no. Y convengamos que con un mínimo grado de esmero se puede hacer el número uno sin andar meándose la mano, a excepción quizás de alguien con Parkinson. Entonces, la conclusión es que muchas veces te rasqueteás la mano con jabón por haber tocado una porción de piel (tuya) que estaba limpia. Ah pero te tocaste “la parte”, lavate las manos. Y cuando digas malas palabras, ya que está, enjabonate la boca también, sucio.

Ojo, no estoy en contra de pensar en los demás y tomar los recaudos necesarios para no exponerlos a nuestras secreciones. Al contrario, me parece perfecto, yo también soy uno de “los demás”. Pero por favor, no seamos más papistas que el Papa, dijo una vez el Diez. Si lavarse las manos es algo que se hace por lo demás, hagámoslo entonces por el único amigo incondicional que nos acompaña desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte (aunque generalmente él se termina muriendo primero...).

Joven argentino, únete al “Movimiento Nacional Por Un Mundo Más Pensante y No Tan Políticamente Correcto En Donde Los Tipos Limpios Puedan Mear Tranquilos Y No Infectarse La Pija Con Mugre De Los Demás”.

Pensalo.